Anclas que viajan contigo

Anclas que viajan contigo

jueves, 26 de marzo de 2015

Entre Los Alpes

Lo nombraron día gris. Pero el color de los cielos era negro. No por la noche, no por la polución. Negra fue la despedida sin palabras de los 150. El ruido de sus adioses lo ensordeció todo. La montaña sintió en sus entrañas en aguijonazo del avión, el dolor de las vidas, la tristeza de la ausencia futura, ya permanente.

El apagado de la risa de un bebé, el acuerdo que no llegó a firmarse, la jubilación por vivir, el matrimonio por consolidar, la aventura colegial que contar, el coche por disfrutar... Todos esos sueños por cumplir, por seguir siendo soñados.

La llamada que nadie querría recibir, la noticia que para el corazón, el reconocido nombre que no querrías ver sobre ese indeseable papel. La saturación de los teléfonos de emergencias, la esperanza de las supervivencias, el apego a los medios de comunicación. La mala noticia. Los pésimos pronósticos. El dolor vivido en conjunto. El individual. La congoja... y sus lágrimas.


Si tú, que lees con desolación todo lo relevante al hecho; imagina el dolor de las vidas en las que cada uno de los 150 intervenían; haciéndolas únicas, ahora, y por siempre, repletas de momentos irrepetibles.



miércoles, 25 de marzo de 2015

Un tiempo deshecho para un nuevo vivir.

Les oí comentar que no es lo mismo ocho que ochenta. Yo ahora puedo decirles que ni ochenta... ni treinta. Que los giratiempos para no perder el tiempo se quedaron en los relatos de fantasía. Ahí, bien guardados a salvo de una mortal pérdida de tiempo inmaterial, apersonal, impersonal, ni tuyo, ni tampoco mío. Cuánto ni menos entonces habría de haber un nosotros.

Pero ahora todo ello queda atrás. Que la vida es una sola y tenemos que vivirla. Que los estadios rugen con una pasión que queda silenciada en la vida. Qué paradoja. Puertos, aeropuertos y estaciones viven día tras día lágrimas entre besos, sonrisas entre almas desgarradas por la marcha. Y qué suerte aquellos que se permiten el lujo de llorar frente al que se marcha. O frente al que ese queda. Que los billetes de regreso pueden ser tan benditos como malditos.

Quizá Cocó, eso es porque en cada lugar que sonreímos, en cada mirada que nos da un pedazo de confianza, en cada momento que convierte nuestras entrañas en alegría, o incluso transforma nuestra piel en fuego... Nos dejamos un trocito de corazón, algo tan íntimo nuestro que sangra cuando se desprende, que derrite el hielo que a veces nos recubre, tiñéndolo todo de la tonalidad más elegante, de la más humana de todas.



jueves, 19 de marzo de 2015

Quemaduras de una ausencia anunciada.

-Los echándote de menos se hacen echando kilómetros de más.


...No suspires Cocó; no entres en bucle. Que hay pensamientos murmurados por los sentimientos que pesan más que bloques de hormigón y queman más que el hierro incandescente.


miércoles, 18 de marzo de 2015

Cuando los ojos susurran.

Ese momento en el que tú, Cocó, miraste a la debilidad. Ese instante en el que supiste mirar más allá de unos ojos con transparentes lentillas, enmarcados entre densas pestañas teñidas de rímel. Ese fondo de ojo que no era percepción anatómica, sino un sinfín de sonetos para todos los oídos. Y en ese momento la musicalidad del interior de ese frágil cuerpo se proyectaba como película ante tu mirada inquisitiva. Debilidad por título. Sufrimiento por crédito. Así fue como tu estupefacción le erizó la piel. Ahora ambas compartíais el mismo secreto sobre una sola. Pero no pudisteis materializarlo en palabras; (si es que las palabras llegan a estar hechas de algún material menos frágil que el poder de un gesto, una mirada, o una caricia). No pudisteis por el mismo motivo por el cual algunos temen nombrar a la muerte, no vaya a ser que ella se aproxime sin ser llamada.

La debilidad, pequeña Cocó es algo intrínseco al ser humano. Incluso aquellos cuyas vidas relucen tanto que no parece haber rincones en sombra, lágrimas en la almohada o eslabones a medio soldar a las puertas de su palacio de maravilla y frialdad, no se salvan de una humanidad descongelada.

Ten eso presente Cocó; que mientras que algunos parecen fortalecerse descubriendo las debilidades del otro y jugando al escondite con ellas olvidan que la vida no para de jugar al frontón, y de vez en cuando es su vida misma quien pega en revés. Es entonces cuando, sin advertirlo, todo se les llena de oscuridad.


jueves, 12 de marzo de 2015

A tres pasos de una carrera.

Como ese día en el que uno de los dos se dio cuenta de la cercanía del precipicio. Y justamente vino a ser aquel que caminaba tan sumamente cerca que escuchaba cómo los pedacitos de tierra comenzaban a desprenderse; evitando pensar que en un futuro ese podría ser el símil de los pedazos de su corazón despeñándose por un barranco en soledad. Miró entonces a los ojos despreocupados de su acompañante, fijos en el frente, llenos de cielo, repletos de esperanza en su camino; demasiado ilusionados como para advertir una mirada preocupada que sólo quiso durar un milisegundo, ya que, irremediablemente, necesitaba el resto del tiempo para asegurar sus pasos.
Cuán curiosa es esa sensación de caminar juntos a un mismo compás desacompasado. Y que aun así suene musical.
Pero es la desventaja de andar bordeando un precipicio circular. Que llega el mareo de la monotonía, la desconfiada confianza en el aventurar lo que ocurrirá en el siguiente paso. Llega el vértigo... a estas alturas. Y entonces comienza el instinto animal. Ése tan intrínseco que tiene el hombre, que antes de ser racional es eso, animal. Y corres. Y eliges. Un lado u otro. No queda otra que esa tangente omnipresente. A un lado el precipitarse a la nada. Al otro un páramo desconocido. Aun chocándote contra tu acompañante, contra una parte de ti, aun no queriendo siquiera elegir un lado u otro...¿Qué catarías tú, pequeña Cocó?