Anclas que viajan contigo

Anclas que viajan contigo

sábado, 18 de abril de 2015

De sangre y hueso

Volviendo la vista atrás, sujetándome el corazón para que no saliera disparado de mi pecho hacia un pasado en llamas; recordé, de nuevo, quién eras tú. Publiqué en mis memorias los momentos de amor y dolor, los de caricias y los de la humedad en lágrimas. Entonces lo supe. Un amor gestado en la inocente adolescencia que acompaña en su camino a la madurez, ni tan siquiera podría compararse con el de un alma gemela, ni el de una media naranja, ni el de mi otra mitad.

Nuestra etapa de amor de niñez o niñería terminó como la de cualquier juguete favorito perdido en el asiento de un tren. O en el de un avión. Con uno de esos finales en los que, ya que los autores no son capaces de decidirse por uno, el destino cierra el libro de un golpe y cae olvidado bajo la mesilla de noche; para enredarse entre polvo y pelusas.

Y así fue como pude comprender, Cocó; que jamás podría querer a nadie así. Que las cosas que aprendí a su lado ya no las aprehendería con nadie más. Que ese corazón sin freno ahora estaba preso en una cárcel de sangre y hueso cumpliendo su única función: la de bombear, con distinta frecuencia, sólo de vez en cuando; para no dejar de sentirme viva en un lugar en el que ya no había viveza para mí.

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