Anclas que viajan contigo

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lunes, 27 de abril de 2015

Jóvenes huesos en colchòn

Y mientras ambos nos acomodábamos entre las sábanas, agotados ya de la intensidad del día, lo suficientemente jóvenes para todavía no querer dormir, lo suficientemente maduros como para dejar el amor entre besos y caricias; me quejé de un dolor de espalda, más propio de las dolencias naturales de una mujer, que de un problema más serio. Mientras buscabas distraído la película que veríamos esa noche, al percatarte de mi dolencia; te apresuraste a acogerme en tus brazos, acolcharme la doble almohada y fabricar, para mí, el entorno más paradisíaco que se podría tener en todo Madrid. Tras ese gesto, proseguiste igual de distraído tu cometido inicial.

Entonces se me ocurrió una pregunta. ¿Cómo sería ese momento en el que nos tumbáramos ya mas torpes, totalmente agotados, con los huesos engarrotados, las articulaciones en un vals de crujidos, la piel arrugada, el pelo blanco (en caso de que quedara algo)? ¿ Aliviaría el dolor de mis huesos faltos en calcio? ¿De mi cuerpo débil con déficit de vitalidad?

No me atreví, Cocó, a formular esa pregunta. Me limité a mirar a sus ojos y hallar allí la respuesta. No sabemos discernir el futuro. Solo sé que deseaba que ese presente no terminara nunca. Y si, por el devenir de la vida, habría de terminar, recordaría ese momento... a sabiendas de que una vez mi cuerpo experimentó un cuidado tan extremo, que me llegó al fondo del alma.


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