Volviendo la vista atrás, sujetándome el corazón para que no saliera disparado de mi pecho hacia un pasado en llamas; recordé, de nuevo, quién eras tú. Publiqué en mis memorias los momentos de amor y dolor, los de caricias y los de la humedad en lágrimas. Entonces lo supe. Un amor gestado en la inocente adolescencia que acompaña en su camino a la madurez, ni tan siquiera podría compararse con el de un alma gemela, ni el de una media naranja, ni el de mi otra mitad.
Nuestra etapa de amor de niñez o niñería terminó como la de cualquier juguete favorito perdido en el asiento de un tren. O en el de un avión. Con uno de esos finales en los que, ya que los autores no son capaces de decidirse por uno, el destino cierra el libro de un golpe y cae olvidado bajo la mesilla de noche; para enredarse entre polvo y pelusas.
Y así fue como pude comprender, Cocó; que jamás podría querer a nadie así. Que las cosas que aprendí a su lado ya no las aprehendería con nadie más. Que ese corazón sin freno ahora estaba preso en una cárcel de sangre y hueso cumpliendo su única función: la de bombear, con distinta frecuencia, sólo de vez en cuando; para no dejar de sentirme viva en un lugar en el que ya no había viveza para mí.
Precioso relato de amor. Me ha encantado.
ResponderEliminar¡Muchísimas gracias! Me alegra saber que así ha sido.
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